Pensó escribir:
"te deseo lo
mejor".
Supo de inmediato que necesitaba
buscar otras palabras. Tachó, cambió,
de sí mismo, entre imposturas y máscaras,
para expresar con nitidez todo aquello
que realmente pensaba y sentía.
Volvió a escribir:
“te deseo lo mejor”.
“te deseo lo mejor”.
No era del todo verdad, pero tampoco
era del todo mentira. No dañaba
a nadie, al menos. Pasaron las horas.
Pasaron los días. Volvió a intentarlo.
Se armó valor, tomó aliento y por fin
se atrevió a escribir:
“te deseo”.
“te deseo”.
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