lunes, 27 de julio de 2015

La tozudez y el cansancio

   Escribir es un ejercicio de paciencia, de dosificación de fuerzas, de tenacidad. Eso creía. Con los años he comprobado que escribir, además de todo ello, es una demostración cotidiana de tozudez, de terquedad. Si quieres publicar, debes ser terco. Testarudo, obstinado, pugnaz. Con frecuencia hay que armarse de fe para seguir insistiendo. Porque la realidad te derrumba, te carcome lentamente, con una eficacia tan demoledora que casi prefieres olvidarlo todo de inmediato. Por fortuna a veces ocurre algo extraño en tu interior: mientras saboreas en silencio la derrota, urdes ya la venganza, la reacción inmediata, la estrategia con la que desafiar al cansancio y a la lógica.
   Escribir es un ejercicio de obstinación insensata. Particularmente en esa fase en la que ya no tienes nada que escribir (o eso crees), pero la tarea de la escritura se enfrenta a su momento decisivo: saber si alguien quiere publicar tu historia. Si entonces te fallan la testarudez y el empecinamiento, acabarás claudicando como tantos y tantos otros. Claudicar, sucumbir, aceptar el fracaso. Eso es lo que puede acabar ocurriendo si te resignas a ser ponderado y juicioso. 
   Quedas avisado.   

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